La historia de la ciudad de Dresde, capital del estado federado de Sajonia, remonta a más de 800 años. La metrópoli a las orillas del río Elba es una perla cultural histórica en Europa que experimentó tiempos gloriosos y trágicos. En el siglo XVIII fue un magnífico centro de la política, cultura y la economía europea y sólo dos siglos más tarde se convirtió en sinónimo de la destrucción apocalíptica.
Gran parte del patrimonio arquitectónico de Dresde fue reconstruido tras la unificación alemana. En la actualidad es la segunda ciudad más grande de Sajonia, después de Leipzig.
Dresde es un lugar muy significativo para mí. Lo primero que recordé cuando pisé sus calles fue que en el 13 de febrero de 1945 cientos de bombarderos atacaran el centro de la ciudad y que siguieron con aún más fuerza durante los dos días siguientes.
Los ataques aéreos de fuerzas británicas y americanas destruyeron la ciudad y mataron a decenas de miles de personas. Por fortuna, tras la II Guerra Mundial la ciudad fue totalmente reconstruida y hoy en día podemos apreciarla en todo su esplendor.
Los edificios más significativos de la ciudad están ocupados por instituciones culturales que desarrollan diversas actividades relacionadas con el arte, ciencia y técnica.
La arquitectura barroca se destaca en la capital de la provincia de Sajonia, aunque también encontramos los estilos renacentista y clásico entre las construcciones. La mayoría de los edificios barrocos y neobarrocos fueron construidos por los monarcas sajones.
Nada más llegar a Dresde, y dar el primer paso por sus calles, contemplamos la Torre del precioso edificio renacentista del Ayuntamiento (Neues Rathaus), que fecha de 1910.
De camino al centro histórico nos encontramos a una ciudad en fiesta, y majestuosas construcciones como la Iglesia de Santa Cruz (Kreuzkirche). Construida a principios del siglo XII, esta iglesia protestante es la más grande de Sajonia, dispone de más de 3 mil asientos y es el hogar de los chicos del coro de Dresdner Kreuzchores.
El Mercado Nuevo (Neumarkt) es un área central muy significativa culturalmente para Dresde. Tras la reunificación alemana fue restaurado a su aspecto anterior a la guerra y su total reconstrucción finalizó en el año de 2005. En la actualidad lo componen preciosos edificios del estilo barroco como el Johanneum, la Academia de Artes, el Museo Albertinum o la Iglesia de Nuestra Señora.
La Iglesia de Nuestra Señora de Dresde (Dresden Frauenkirche), luterana de la época barroca, fue edificada entre los años 1726-1743.
Es una de las iglesias más destacadas de Europa por su arquitectura, uno de los edificios de piedra arenisca más altos del mundo y tiene la mayor cúpula de piedra de los Alpes.
También fue completamente destruida durante los bombardeos de Dresde en 1945 y mantenida en ruinas durante muchos años para recordar la destrucción causada por la II Guerra. Finalmente, en 1994, empieza su reconstrucción que finaliza en el año de 2005.
La Plaza del Palacio (Schlossplatz) es una de las plazas históricas de Dresde, así como los edificios que la circundan. En la plaza se encuentran el Desfile de los Príncipes, el Memorial al rey Alberto; Monumento a Federico Augusto; piedra de Napoleón; la Catedral de la Santísima Trinidad, entre otras edificaciones.
El Desfile de los Príncipes (Der Fürstenzug) es el mosaico de porcelana más grande del mundo. Este mural es realmente grandioso.
Fue creado entre 1904-1907, está hecho de aproximadamente 25 mil azulejos de porcelana de Meissen y relata un desfile de jinetes, concretamente 94 personas, entre ellas 35 miembros de la realeza de la casa de Wettin entre 1123 y 1906. Para que os hagáis una idea de la magnitud del mural os dejos algunos datos: 102 m de longitud, 9,5 m de altura y 957 m2 de superficie.
La Catedral de la Santísima Trinidad (Hofkirche), de culto católico romano, está ubicada en el casco antiguo de Dresde y es el mayor edificio religioso de Sajonia.
Esta iglesia barroca fue construida entre los años de 1739-1755 y está hecha de piedra arenisca. El Panteón real de la Catedral alberga las sepulturas de numerosos soberanos de Sajonia y miembros de la familia real.
Una curiosidad, en la entrada por Schlossplatz se puede ver en una piedra en el suelo con una letra “N” tallada, según la tradición es el lugar desde el cual partió Napoleón con sus tropas hacia la Batalla de Dresde en 1913.
La Plaza del Teatro es una verdadera pasada y está cotizada como una de las mejores plazas públicas de Alemania.
Alberga a su alrededor numerosas maravillas arquitectónicas como la estatua ecuestre del rey Juan, la Ópera Semper, el Palacete Italiano, el Zwinger o el puesto de guardia de la Altstadt.
El Zwinger es un complejo barroco construido originalmente como el patio de un castillo a principios del siglo XVIII. El edificio, destruido en la II Guerra Mundial, empieza su reconstrucción tras la Guerra y la finaliza, en su mayor parte, en el año de 1963. En la actualidad alberga la Galería de Arte Semper, la Colección de Porcelana y muchos otros museos.
La Ópera Semper (Semperoper Dresden), Ópera estatal sajona de Dresde, también fue pulverizada en 1945 y tardó 41 años en ser reconstruida hasta el mínimo detalle. Finalmente en 1986 vuelve a abrir sus puertas al público. Es considerada una de la joyas de la arquitectura teatral del mundo. En este teatro se estrenaron algunas de las mejores óperas de Alemania.
Al lado de la Plaza del Teatro se encuentra el Palacio de Dresde (Dresdner Residenzschloss), uno de los edificios más antiguos de la ciudad. Entre los años de 1547-1918 fue residencia de los electores y reyes de Sajonia. El Palacio original, que consistía de un Torreón romano, se erigió en 1200. A partir de 1471 fue ampliado en diversas ocasiones y en otras sufrido reconstrucciones y modernizaciones.
La Terraza de Brühl es un magnífico conjunto arquitectónico ubicado en la ciudad vieja que se extiende a lo largo de la orilla del río Elba. También se puede acceder a la Terraza desde unas escaleras que dan a la Plaza del Palacio. Recomiendo un paseo al otro lado de la orilla, donde se tienen las mejores vistas tanto de la Terraza como de la ciudad .
Finalizamos nuestro relajado recorrido por el centro histórico en el Puente de Augusto (Augustusbrücke), que cruza el río Elba y conecta el núcleo histórico con la Ciudad Nueva (Neustadt). El Puente de Augusto es una reconstrucción lujosa sobre el puente original del siglo XIII. Tales obras fueron ordenada por el el rey Augusto, el Fuerte, y se llevaron a cabo entre los años de 1727-1731.
Tras conocer muy bien el casco antiguo y alrededores cogimos el coche y nos dirigimos a la Ciudad Nueva. Al otro lado de la orilla del río Elba se tiene unas vistas increíbles de Dresde. Paseamos un rato por el parque de atracciones, curioseamos las preciosas edificaciones de la zona y disfrutamos recorriendo la feria medieval que se estaba celebrando al lado del parque.
Acto seguido, nos dirigimos al Barrio Nuevo (Neustadt) para visitar el impresionante Pasaje Kunsthof (Kunsthofpassage). Se puede acceder al Pasaje por dos calles: Görlitzer Strasse, 21-25 o Alaunstrasse, 70.
Es un pasaje de arte compuesto por cinco inspiradores patios: el Patio de las criaturas míticas, Patio de la luz, Patio de los elementos, Patio de los animales y Patio de la metamorfosis.
Me ha encantado este lugar, y de cierta forma su singular arquitectura me recordó al bellísimo complejo residencial público Hundertwasserhaus de Viena.
Otra sorpresa que nos ha regalado Dresde fue el Schwebebahn, funicular suspenso construido entre 1898-1900 y puesto en funcionamiento en 1901.
El Schwebebahn conecta el barrio de Loschwitz con las altitudes de Oberloschwitz. Fue el primero funicular suspenso de montaña construido en todo el mundo. Una lástima que no hayamos podido montar porque unos minutos antes había caído una fuerte tempestad y todavía ventaba mucho. Ya tenemos una buena excusa para volver a disfrutar de Dresde.
En definitiva, hemos comprobado en nuestro paso por Dresde que esta ciudad, pulverizada en la II Guerra Mundial, ha reconstruido, rescatado y sigue manteniendo su tradición de más de 800 años de arte, cultura y letras. La riqueza de sus bienes culturales, que se encuentran a simple vista, hacen con que el visitante sólo tenga en mente una palabra: volver.
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